El mejor disco de 2013: Bunbury: "Palosanto"



Texto: Carlos Molina.

“Palosanto” es para mí el mejor disco nacional de 2013. Dato subjetivo, por supuesto, pero lo que parece evidente es que Bunbury ha facturado, cuando menos, uno de los trabajos más destacados del panorama español durante este año.

El zaragozano ha llegado a un punto en el que tiene un sonido que se apuntala en su ausencia de radicalismo y como apuesta abierta. Como me apuntaba hace unos días Carlos Tarque, “se trata de un gran artista que impone su impronta, y cualquiera que escuche uno de sus temas a los dos segundos ya sabe que es de Enrique”. "Enrique es un ser inquieto y esa es tal vez su gran virtud. En todo lo que hace, no deja indiferente", añade Morti, su compañero en el proyecto Bushido. El admirador de grandes (Elvis, Bowie), convertido ya en un grande. Gracias a discos como este “Palosanto”, que aunque el maño lo ha planteado dividido en dos partes, yo voy a analizar como un todo.

“Despierta” abre con luminosidad y unos efectos que anclan el tema con la atmósfera sci-fi tan citada por Bunbury como una de las inspiraciones de este trabajo. Si ha sido un gran single, qué decir de “Más alto que nosotros solo el cielo”, buena muestra del poderío creativo de Enrique para moverse en todo tipo de parajes, este intimista y apuntalado por unos Santos Inocentes en la cima de su potencial (¡cómo suenan esas guitarras a lo The Edge!). Pero si hablamos de recogimiento, hay que señalar a una de las más grandes piezas firmadas por Bunbury en las últimas dos décadas, “Salvavidas”. Cruda, apabullante, desgarrada, con unos coros sublimes. Si en “Robison”, corte de “Pequeño”, admitía que pocas cosas imprescindibles se llevaría a una isla desierta, aquí canta: “todo lo que necesito hoy, quítamelo”. Casi seis minutos evocadores y mágicos.

Intimista, con su aroma de vals vestido con hermosas cuerdas, es también “Prisioneros”, con un aire al tema “Boxeador” de “Las Consecuencias”, álbum en el que podría haber entrado sin problemas, al igual que la hermosa y sobrecogedora “El Cambio y la Celebración”. Caben muchos más adjetivos para describirla, pero todos desembocarían en el mismo: bella. Lo mismo que la dramática e intensa “Miento cuando digo que lo siento”.

“Los Inmortales” resulta más experimental, de nuevo con geniales guitarras y efectos en la voz, para encontrar en el estribillo, una vez más alimentado de coros, luz, mucha luz. Será brutal en los conciertos. “Habrá una guerra en las calles” y “Destrucción masiva” derivan a lo social el disco, la primera con un fragmento contundente: “dijiste que hagamos un pequeño sacrificio, y por el bien de todos te sacrificaremos… a ti”, mientras que la segunda es una auténtica apisonadora, con un aire a los Depeche Mode más contundentes y una letra, si cabe, aún más dura que la anterior. Mensaje social también en “Hijo de Cortés”, que apuesta por ritmos acompasados, mientras que “Mar de dudas” abraza al bolero para presentar una cadencia cautivadora.

El final del álbum es una joya de grandes quilates. “Nostalgias imperiales” gana enteros con cada escucha, un corte bunburyano de esos que la primera vez te deja algo frío, y a la tercera se convierte en uno de tus favoritos del disco. De nuevo, gran trabajo de Los Santos Inocentes a la hora de crear su atmósfera. Aunque si hablamos de atmósferas, qué decir de ese “tango triste” que es “Plano Secuencia”, ejemplo de la cima expresiva alcanzada por la voz del zaragozano, con unas cuerdas que parecen llorar, mientras que “Causalidades” tiene ecos de los Beatles más maduros y “Todo” y sus ritmos de carrusel pone el broche de oro a un disco si no redondo, si sobresaliente.

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